La confesión y la penitencia

Lolita era una chica común de diecisiete años que vivía en un pequeño pueblo, era una joven estudiante bastante aplicada y muy devota a la iglesia, de esas muchachas tranquilas que no faltan los domingos a misa; sin embargo, la vida de lolita no es fácil, desde muy niña padece una enfermedad conocida como “crisis convulsiva”.

Esta enfermedad puede tener dos causas posibles, la primera es por la actividad eléctrica anormal de las neuronas y la segunda por la falta de irrigación sanguínea del cerebro, este último era el caso del trastorno que sufría lolita, y aunque no era un problema continuo, bajo ciertas cargas de estrés, surgían episodios de confusión temporal, de ausencias y/o pérdida del conocimiento o conciencia, síntomas psíquicos, como miedo, ansiedad o déjà vu, dependiendo del grado de afectación.

Sin embargo, lolita a través de los años había aprendido a conocer su enfermedad y controlarla de alguna manera, así, cada vez que la chica se sentía intranquila y presentía que venía un episodio de crisis convulsiva, inmediatamente se paraba de cabeza arrecostada de una pared, para que la gravedad obligara a la sangre a volver a su cerebro, con lo cual prevenía el ataque, luego de unos segundos o minutos, la joven podía volver a estar de pie, sin ningún problema.

En una oportunidad Lolita decide confesarse y para ello hace la cola con un grupo de señoras que esperaban hacer lo propio, precisamente detrás de Lolita están Juana y Clotilde dos señoras de cierta edad con su faldas largas y velos sobre sus cabezas, esperando turno para confesión, todas en silencio y en la más absoluta calma; le toca el turno a lolita quien entra y se arrodilla en el confesionario, todo parce estar bien, lolita empieza la exposición de su contrición ante el sacerdote, apenas llevará unos minutos en el confesionario, cuando de repente siente los síntomas inequívocos que ella reconoce como el preludio a uno de sus ataques y sin perder el menor tiempo sale apresurada se hace la señal de la cruz y sé para de cabeza contra una de las paredes de la iglesia, con el objetivo de evitar el inminente ataque que le viene.

Clotilde exclama un “Dios mío…” tomando a Juana por un brazo, la hala hacia los bancos diciendo “no Juana yo no me voy a confesar”, Juana responde “¿Y porque … que pasa…?, “Cómo que ¿Qué pasa?... este cura está poniendo unas penitencias muy arrechas y yo hoy no traje pantaletas”

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