Sentido (supremo) del DEBER, Kant y "El Titanic"

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Resulta increíble pero el tema del deber suele obviarse enormemente no solo en el fragor azaroso de las circunstancias de la vida (instancia ideológica), sino en aquellas situaciones en las cuales la reflexión formal es el centro (instancia filosófica).

Como sabemos, el aire de la instancia ideológica podemos respirarlo en el cúmulo de situaciones normales de la vida; en la relación que, por ejemplo, aflora en alguna coyuntura cuando por necesidad nos topamos con un portero de oficina... La instancia filosófica, si bien está cargada de la cultura ideológica es en alguna medida elitista toda vez que las nociones que integran sus variopintos cuerpos son productos de un trabajo formal e institucional de cavilación (de reflexión, de especulación).

En uno y en otro medio, la idea (la palabra, la emoción) de deber suele "brillar por su ausencia".

Como también sabemos, las jugarretas del poder (algunas veces flagrantes y otras ocultas) constituyen de manera variada una constante en el devenir social; no pudiendo el deber ser, una excepción. Ah, pero no es una excepción más; no es un asunto simple, elemental.

Que tanto en lo cotidiano como en lo intencionalmente cavilatorio, el asunto compenetrado con el deber esté normalmente tan impregnado de silencio inducido, es indicador seguro de que existe una amputación grave, muy grave, de todo lo que encarna sentido de moralidad. Los tiempos de hoy lo siguen registrando. Es que si se obvia (o en el menor de los casos, se soslaya) la consideración profunda del valor eidético, sígnico y emocional de deber, pues cualquier esfuerzo que se haga sobre los ideales supremos del ser humano resulta ineluctablemente huero, vacío.

Si las doctrinas políticas de hoy (¡ni qué hablar de las doctrinas religiosas, sobre todas las mayoritarias!) se tomaran la molestia de tocar fondo en el planteamiento de Kant (filósofo alemán, 1724-1840) sobre el deber, pues seguro estaríamos de que no pocas de las perversiones cotidianas y "de efecto global" del ser humano, pudieran aminorarse transfigurándose en virtudes.

Kant sostenía que el deber ha de asumirse sin que para ello medie cortapisa alguna... Interés, curiosidad, dogma... El deber se asume porque hay que asumirlo ¡y nada más! Al deber hay que honrarlo dada una sola razón: Hay que honrarlo. Siguiendo el orden de ideas kantiano, pobre de aquella madre que ama a sus hijos bajo la esperanza de que cuando anciana éstos la protejan... Así, a los hijos hay que amarlos porque hay que amarlos, y punto.

Recordamos un caso curioso de la política de un país latinoamericano. Era el comienzo de los '80. Un ministro de asuntos financieros que acostumbraba pronunciar discursos con signos humorísticos se atrevió decir: "En mi gestión podremos meter la pata, pero las manos nunca". De seguido un periodista (fingiéndose el ingenuo) le pregunta la razón de su expresión. El ministro responde de manera vehemente que si su deber era "administrar los dineros del pueblo para el pueblo mismo" bajo ninguna circunstancia podría él, entonces, hacer otra cosa que ello; "solo administrar los dineros del pueblo y para el pueblo".

Cuando las invasivas aguas hacían lo propio e inundaban el "insumergible" barco "El Titanic", hubo, como era natural, carreras desesperadas en plan de salvamento, gritos, riñas, oraciones y mil otros comportamientos. Esto mientras los músicos, trazando una férrea moral kantiana (muy probablemente sin haberla estudiado jamás), seguían tocando sus instrumentos. Tocar, tocar, tocar... Era el deber.

IMÁGENES:
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