El campanario de la catedral | Relato

Photo by Jordi Vich Navarro en Unsplash

Samantha le acomodó el corbatín, le estiró el esmoquin, y con una palmada en la nalga le deseó los mejores augurios en el día más importante de su vida.

Cuando descendió de la limusina, ya todos estaban reunidos en la plazuela frente a la antigua catedral dónde se celebraría la gran boda al estilo gótico. Su atuendo, más que de novio parecía el de un vampiro sediento de sangre, mientras que el cortejo, encabezado por Samantha –su mejor amiga– asemejaba una jauría de lobos salvajes. Solo faltaba que llegase la novia para dar inicio a la ceremonia.

Cuando se abrieron las enormes puertas de madera, un sonido atronador en el campanario los hizo levantar sus miradas, y como si se tratase de un ángel cayendo del cielo, vieron descender en caída libre a la novia, cuyo largo velo ondeaba en el aire como una estela divina dejada por los dioses a su paso.

Todo parecía parte de un asombroso espectáculo, hasta que la joven novia se estrelló contra los adoquines de la plaza, salpicando de sangre y vísceras a todos los espectadores. El horror y llanto se esparció entre los asistentes como si fuese un virus letal que lleva consigo la muerte.

La escena se repite una y otra vez en la mente de Frederick, quien no para de pensar en, si fue suicidio, un asesinato o si fue víctima de algún conjuro o maldición que truncó su felicidad y sus ganas de vivir.

Conforme van pasando los días, su depresión aumenta llevándolo a un estado de desesperación que lo hacen tomar una determinación final. También él saltará del campanario y así su alma se sumergirá en las profundidades del Hades donde tal vez pueda encontrarse con ella, o al menos verla por última vez y obtener una explicación a lo ocurrido.

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El domingo de misa se sienta en la última banca y antes de que termine la homilía, se oculta entre deterioradas estatuas de santos arrumadas en un depósito. Espera pacientemente hasta que la iglesia está cerrada, y cuando sospecha estar en la más absoluta soledad, se dirige hacia la escalera de caracol que conducen al campanario, pero cuando va a medio camino, un destello ilumina el interior de la iglesia y escucha que abajo se abre una puerta. Ve una procesión de monjes encapuchados que atraviesan la iglesia cargando una especie de ataúd del cual cuelga un velo blanco que se arrastra entre ellos, y desaparecen tras una puerta lateral que conduce hacia los jardines internos de la catedral, donde, según decían, antes había un campo santo.

Su instinto lo hace seguirlos y desciende rápidamente, pero cuando cruza la puerta, observa un panorama completamente distinto al de la ciudad donde está enclavada la iglesia. Ahora es de noche y lo cubre un cielo negro cómo el azabache, iluminado periódicamente por relámpagos que dejan ver las antiguas tumbas que rodean un castillo medieval de piedra, cuya torre central culmina en una enorme torreta coronada con un campanario.

Ve a los monjes encapuchados entrar al castillo, cargando una jaula en cuyo interior va la mujer vestida de novia que se asemeja a su prometida. Decidido a confrontarlos, se apresura a seguirlos, cuando una mano en el hombro lo detiene; es Sami, su mejor amiga, que le impide inmolarse en un combate donde lleva todas las de perder.

-¿Qué está pasando? ¿por qué la llevan prisionera? ¿cómo es que está viva? –pregunta Fred desesperadamente.

-Su propio padre ha ordenado su cautiverio por cometer el peor delito que deshonra la estirpe familiar y sus principios. Amar a la persona equivocada.

Fred la escucha antento, pues ella parece conocer el lugar y la situación.

-Cuando se haga el cambio de guardia, ingresaremos al castillo por un pasadizo secreto que conozco, y entonces la rescataremos para que se cumpla su destino.

-Pero ¿qué está ocurriendo? ¿dónde estamos? ¿cómo llegamos aquí?

-Guarda silencio, haces demasiadas preguntas y lo que realmente importa aguarda en el campanario de esa torreta. Nada es lo que parece pues la realidad se oculta detrás de las grietas del tiempo.

Sin entender nada, aguarda hasta la madrugada cuando empieza a verse nuevamente movimiento de los monjes guardianes.

Rápidamente se cuelan por una alcantarilla que da a las escaleras que llevan al campanario. Ascienden sigilosamente, mientras los peldaños son iluminados periódicamente al centelleo de los relámpagos sobre el cielo azabache.

Sami, suelta su larga cabellera que estaba represada por un moño, y con la pinza que lo sujeta, abre la pesada puerta que los separa de su amada. Ingresan, y en una confusión de abrazos y sollozos ocurre algo impensable.

Mientras las amigas se abrazan, Fred se acerca al campanario para cerciorarse de que los guardianes no los han descubierto; en ese momento la pesada puerta se cierra detrás de él y, para su sorpresa, las mujeres han desaparecido.

Desde el otro lado de la puerta, escucha aterrado la voz de su prometida que le dice: “Lo siento Fred, lo nuestro no fue y no será, yo no te amo como tú mereces, el verdadero amor de mi vida es Samantha. Perdóname”.

El silencio se hace absoluto, interrumpido por el sonido de la lluvia que comienza a descender intensamente; mientras Fred, prisionero, solitario, sin amor y traicionado por sus mujeres, se deja caer al frío suelo, donde termina quedándose dormido.

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Un rayo de luz sobre su rostro lo despierta y corre a mirar desde el campanario. Abajo el bullicio de la ciudad, llena de carros y transeúntes es interrumpido por la llegada de una limusina que se detiene frente a la iglesia, y de ella desciende una hermosa mujer con un largo velo de novia. Mira hacia todos lados, pero no ve aparecer al novio.

Calmadamente se ajusta su corbatín, se estira el esmoquin y se arroja al vacío.

--Texto de mi autoría E.Rivera--

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